martes, 13 de octubre de 2009

Marginados en la marginación

En el actual contexto de crisis mundial, resuenan en nuestros oídos indicadores preocupantes. Uno de ellos, es el nivel de desocupación. Se estima que, para el año 2009, el índice de desocupación en Argentina ascenderá al 11 % y, para los próximos años, el panorama no es demasiado alentador. Dichas cifras nos atemorizan y perturban. Sin embargo, hay algunos sectores de la población que padecen esta dificultad no solamente en los momentos de debacles económicas, sino en forma continua. Uno de los grupos históricamente relegados en las sociedades y, por lo tanto, en los ambientes laborales, es el que constituyen las personas con discapacidad.
La Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad, realizada en el período 2002-2003 por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, tuvo por objetivo relevar información sobre el desenvolvimiento de las personas con capacidades diferentes en la vida cotidiana. Dicho estudio reveló que 7,1 % de la población total de Argentina (2.176.123 personas) padece algún tipo de discapacidad. El 41 % de esta población la conforman personas en edad laboral (de 15 a 64 años). El informe evidencia que solo el 25 % de la misma tiene empleo, de los cuales el 42,5 % trabaja por cuenta propia y únicamente el 47,5 % se desempeña como obrero o empleado. ¿Cuál es el motivo que conduce a que las organizaciones se resistan a emplear personas con capacidades diferentes? ¿Por qué los discapacitados no tienen igualdad de oportunidades para acceder, conservar y progresar en un empleo? Dichos interrogantes pueden tener múltiples respuestas: desde falta de planes de educación/formación para poder competir en el mercado laboral y deficientes políticas gubernamentales de promoción de empleo hasta barreras arquitectónicas y falta de tecnología adaptada en materia de comunicaciones. Sin embargo, todas estas respuestas están teñidas de una realidad que las determina y fundamenta: los prejuicios y el miedo a lo diferente.
En diciembre de 2004 el Banco Mundial definió a la discapacidad como “el resultado de la interacción entre personas con diferentes niveles de funcionamiento y un entorno que no considera estas diferencias. En otras palabras, personas con limitaciones físicas, sensoriales o mentales son a menudo discapacitadas no por una condición de diagnóstico sino porque se les restringe el acceso a la educación, los mercados laborales y los servicios públicos. Esta exclusión conduce a la pobreza y, como en un círculo vicioso, la pobreza conduce a más discapacidad, porque aumenta la vulnerabilidad de las personas a la desnutrición, la vivienda digna y las condiciones de trabajo.” El trabajo, además de ser un medio de expresión de las habilidades de las personas, es un vehículo para afirmar la identidad y encontrar un lugar de pertenencia en la sociedad. Es esencial, para que podamos construir una humanidad justa y equitativa, asumir nuestra responsabilidad individual en la aceptación de las diferencias y en el fomento de la inclusión de las personas con capacidades diferentes.
Mariana Urbancic, Licenciada en Relaciones del Trabajo de la Universidad de Buenos Aires.

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